jueves, 10 de enero de 2008

Llega El Cielo de Malcolm

Al fin llega El Cielo de Malcolm

Durban está contento. Más que eso, está como un niño con zapatos nuevos. Después de varios años paseando y escribiendo en viejas cuartillas y en servilletas de bares, acaba de recoger los primeros ejemplares de El cielo de Malcolm y todavía no sabe qué hacer con ellos.







El Cielo de Malcolm es un libro de cuentos, pero no uno cualquiera, sino uno de esos en los que los relatos invitan a soñar y a encontrar cielos distintos cada vez, cielos que nos lleven a lugares remotos.


-¿Qué más nos puedes adelantar, Durban?
-El Cielo de Malcolm es una recopilación de cuentos escritos hace ya algún tiempo. También hay un par de relatos para niños, pero es el lector el que tendrá que decidir cuáles son. Tratan de lo que mueve la vida desde el principio, que es el amor por uno o por otro, en este mundo y en el de allá arriba.

-¿Qué quieres con este librito, Durban?
-No pretendo más que uno se deje de historias y que, sin más dilación, sin esperar a que sea el amanecer el que nos coja desprevenidos, demos un paso adelante y recuperemos la alegría de enfrentarnos a la más grande aventura, la vida. Lo único que nadie debe perder son sus sueños. Un hombre sin sueños no es nada, y eso es algo imposible de renunciar, salvo que uno no sufra, no llore o no sepa dónde está. Uno de mis sueños es poder compartir con los demás historias, aventuras, mares perdidos y cosas que no son lo que parecen.
-¿Cuándo lo escribiste?
-Hace ya algún tiempo. Mientras recorría lo zocos de Marrakech, en los ghats Varanasi, en las ruinas de Tulum, pero sobre todo en aquellos lugares de este mundo donde la gente todavía pasea sin prisa, se sienta en un banco a ver jugar a los niños o a leer un rato.






En febrero Durban piensa presentarnos el libro a todos, sí, a todos.


De momento debemos conformarnos leyendo algún cuento. Este es un anticipo:
El espejo de algodón (cuento dentro de El Cielo de Malcolm)

Sólo el instante del nacimiento de un ser querido produce tal escalofrío como el momento de la muerte. Eso y la muerte de uno, sobre todo, si se es consciente de que llegará justo en un segundo. Samuel Puente sabía cómo era, así que, al comprobar que tenía un cuchillo a treinta centímetros de su corazón, cerró los ojos y no hizo nada por impedirlo.
Cuando se tiene un cuchillo a treinta centímetros de un corazón ajeno resulta conveniente terminar lo antes posible. Guido así lo pensaba. Por muy maltratado que estuviera el corazón del otro, se podía despertar, como indicaba el movimiento de sus párpados.
Samuel Puente pensó que si alguien le podía ayudar era Amalia. Ella era un ángel y proteger su vida estaba dentro de sus atribuciones.
Antes de clavarle el cuchillo en el corazón, Guido vio un retrato de Amalia Paso. Había oído que era un ángel que había venido a cuidar de Samuel Puente. Por eso en la mesita había un retrato y no una fotografía. Los ángeles no salen en las fotos, ya que producen tal resplandor que es imposible apreciar de quién se trata. Era muy bella, pero ni siquiera ésa era una razón suficiente como para perdonarle la vida a Samuel.
Hacía exactamente dieciocho años y un día del nacimiento de su hija Luz. Fue un parto difícil, de esos que nadie olvida. Cuando llegó la comadrona les advirtió que una tormenta le venía pisando los talones y que en un día así no se debía nacer ni morir, así que poco le extrañó que Amalia se desgañitara más de metro y medio por encima de la cama. Cuando Luz vino al mundo sólo pudo ver a su madre unos segundos, los suficientes como para intentar adquirir la condición humana que Amalia había pedido en vano.
Pero la tormenta no cesó y la habitación se convirtió en una burla que les dejó a todos arrastrados de lluvia y barro, sin apenas poder tenerse en pie, golpeados por un viento soez que les mostraba mil caras furiosas y punzantes.
Los que andan antes de tiempo por los anchos caminos del cielo siempre son recordados como ángeles. Como Amalia, un ángel de veintiuna nubes enviado para velar por la vida del amargo Samuel, un muchacho fuerte y decidido que había quedado prendado de ella desde el primer momento en el que la vio. Él, a caballo, gobernando más de cien reses, entre vacas, búfalos y cebúes, y ella, con el grupo de recogedoras, zurrón a la espalda, falda de colores y sombrero alto, para protegerse de los rigores de la altiplanicie.
(continuará...)



Si alguien desea más información, sólo debe enviar un correo a rafadurban@hotmail.com..... Durban promete facilitar información sobre cómo conseguirlo.

Gracias

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